Datos del Libro:
Autor: Tomás José Riva.
Ilustradora: Marianela Raggi.
Prólogo: Fernando Sánchez Zinny.
Correctora: Nelia Irma Curone de Mazzoleni.
Editorial: Georges Zanun Editores.
Año: 2015.
Auspiciado por la Municipalidad de Cañuelas
Ejemplar de la Biblioteca D. F. Sarmiento de Cañuelas.
Reseña:
PRÓLOGO: SOBRE LA POESÍA DE TOMÁS RIVA
DICHO SEA ESTO SIN RESERVAS: cabe reconocer a la poesía, cuando de veras existe, por un dato único y excluyente. Él es la extraña manera como su sustancia influye sobre el ánimo de quienes se le acercan. Porque sus temas y sus asociaciones suelen recalar, con característica frecuencia, en neblinas de nostalgia, en la acritud del lamento, en la queja ante los sinsabores de la vida y del desamoro, ya morigerando el cariz de las variantes, en el sabor agridulce que deja la felicidad al irse mansamente; sin embargo, con esos elementos de unánime melancolía la verdadera poesía construye la gran plenitud, alza el vaso hasta el nivel de la boca, trazala esfera de una de las manifestaciones más intensas de la alegría vital que le es consentida al hombre en medio de sus trabajos.
De eso se trata y no de otra cosa. Cae a cuento lo anterior porque esa conformidad y armonía con el mundo, esa memoria atareada que apunta, con indefectible precisión, a madurar en ternura lúcida, es lo que porfiadamente se encuentra en la sostenida obra de Tomás Riva y que yo, en lo personal, vuelvo a gozar cada vez que de nuevo ella se apodera de mí, como sucedió estos días al leer los originales de Las Carolinas. Se trata, sin duda, de una hermosa poesía, de un texto airosamente elaborado y lleno de profundo sentido; pero al hacer el justo elogio que corresponde a quien persigue con esmero las palabras y el ritmo que las encadena, y al reconocer la complejidad, hondura y sutileza de las añoranzas que son su vida, he aquí que me topo con la simultánea obligación de avisar que, a mi juicio, no son ésos sino méritos menores en comparación con el gran mérito de lo que generosamente ofrece. Porque Riva es un poeta al que nunca podré considerar tan sólo en términos de excelencia de estilo ni de intelección significativa, sino que lo suyo me constriñe, sin más, a atribuirle otra dimensión, a despecho de su modestia; a sentirlo como portador de algo mucho más definitorio e inasible, vinculado con lo que conmueve y fuerza a prestar atención. Hallo en todo lo que le conozco entidad emotiva, sosiego presagioso y trasuntos de momentos y de parajes que, por supuesto, son siempre el lapso y el lugar en los que el poeta ha temblado y se ha erguido, pero que, exaltados por su voluntad convocante, de pronto conforman espejos en que cada uno de nosotros acaso contemple su propio lapso y su propio lugar.
En este último caso, hay un nombre obvio para englobar las vivencias de Riva y es el de Cañuelas. Lo sé y concibo perfectamente que, con entera buena disposición NI lealtad de vecindario, muchos amigos del poeta vean en esa identificación la cualidad esencial de su obra y la amen ante todo por ese rasgo.
Muy desde el fondo respeto tal opción y le diré a Riva que el hecho de que se la haga me produce hasta alguna envidia, pues, con toda el alma, tantísimo le hubiese gustado a uno ser, por su lado, el poeta de... quién sabe dónde, tras tantos sitios en los que el corazón tuvo patria. Claro que, en lo que a mí toca, nunca lo sería de Cañuelas, por la buena razón de que soy allí forastero. Pese a lo cual, pro-fusas emociones y contentos asimismo me acuden al leer Las Carolinas, de modo que el marco de tal limitación espacial se me diluye sin darme cuenta. Ante esta circunstancia, venturosa y concluyente, es legítimo allanarse a la convicción de que en estos versos hay otra cosa, aparte de lo lugareño y las destrezas, y no vacilo en creer que es la poesía. Yañado que, como siempre, me llena de gozo el poder intuirla.
Viene porque viene, ciertamente con las cosas que menciona Riva, pero es algo que está más allá de la anotación estricta que las refiere, algo que infunde tibieza en la pausada cadencia de estos versos sin acertijos ni ropaje de metáforas llamativas, casi escondidos en sí. Porque en ellos todo es sencillez, retóricamente dosificada según costumbre que es ley de maestría; enumeran hechos y objetos, retienen apellidos en que anida un ayer iluminado, formulan sentencias y enhebran reflexiones que van por un camino serpenteante entre los disloques gráficos aque es afecta la originalidad del autor. No muestran tragicidad ni el destino impar, ni tortuosas sublimidades ni el abismo del ego, sino arboledas junto a un sabio, tranquilo, decurso de recuerdos nacidos "en los gratos espacios de una época alada", de la que enseguida se explica, con agorera reminiscencia, "En que sentimos dentro que el amor despertaba". Y es eso; es la poesía, una vuelta de tuerca más a la insigne y desnuda poesía en clave literaria: “Amanecer sobre el vuelo del verso / desde un poema que nazca y que empuje / al tiempo que la letra lo establezca."